El nombre como halago

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El presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt -sí, el que ganó la segunda guerra mundial junto a Churchill y Stalin- tenía como costumbre recordar el nombre de todas las personas que le rodeaban. A veces incluso se aprendía los nombres a partir de fotografías para identificar a las personas a primera vista. Con ello fomentaba la creación de lazos fuertes. En la fotografía que acompaña el artículo deja imaginarlo en una de estas situaciones; conseguía que la limpiadora de la primera planta o el alcalde de un pequeño pueblo sintieran un trato cercano del mismísimo presidente. Imaginad cómo se habrían sentido con esta sensación de cercanía. Lo mismo han hecho otros grandes hombres conscientes de la importancia del hecho, desde Napoleón hasta el recién fallecido entrenador de fútbol Luis Aragonés. Este último siempre sabía los nombres de los árbitros y los linieres, cosa que alentaba a hacer a sus jugadores para mejorar el trato con los mismos.

La mayoría de los hombres se interesan más por su propio nombre que el de los demás, sin saber que cada vez que pronuncias el nombre del otro le estás ofreciendo un halago sincero. No es solo puro empirismo social lo que corrobora esto. Científicos de la universidad de Nueva Jersey a partir de experimentos con resonancias magnéticas en diferentes sujetos concluyen con su estudio en la revista Brain Research que al escuchar nuestro propio nombre la actividad neuronal de la corteza frontal media y la corteza temporal se intensifica, demostrando la predisposición que tenemos a atender. Interesante, ¿verdad?

La capacidad y el esmero por recordar nombres tiene un uso importantísimo en los negocios, en la política y en las relaciones sociales de nuestro día a día. Es uno de esos hábitos que hay que trabajar diariamente si se quiere mejorar en el trato con los demás. Y recordemos que esto equivale a seducción. Soy consciente de lo difícil que resulta al principio estar pendiente de cómo se llama fulanito y cómo se llama chisdasvinto, pero poco a poco parece que uno se habitúa a ello. Es un proceso que se deja entrenar.

Una prueba que podéis hacer es llamar por su nombre a trabajadores de cara al público que estén identificados con una placa. Haced la prueba de tratarles siempre desde el principio con su nombre. Normalmente conseguiréis un trato positivo, amable y esmerado.

Por puntos, por qué es bueno hacer el esfuerzo de memorizar y usar el nombre de las personas de las que nos rodeamos:

  1. Nos ayudará a mostrar un interés real en la otra persona y a que se convenza de que es así. Si hemos utilizado recursos en memorizar su nombre, aunque sea difícil por ser extranjero o tengamos que evitar caer en el uso un apodo con el que vulgarmente sea llamado por la mayoría, le demostraremos consideración. Le haremos sentir importante.
  2. Relevancia a nuestros mensajes. Conseguiremos mayor atención del receptor. Aunque sepa que nos dirigimos a él, con su nombre reforzaremos que nuestro mensaje llegue firme y sea tramitado en su cabeza con prioridad.
  3. Cercanía. El utilizar los nombres puede ayudar,  junto a otros detalles, que diez minutos de conversación sean más intensos y fáciles de recordar. Parecerá que lo conocemos mejor y crearemos un grado más de confianza. Si tenemos una posición social elevada respecto a esta otra persona el trato de tú a tú marcará diferencias.

Algunos trucos para memorizar mejor los nombres:

1. Prestad atención. ¿Evidente, no? Si es mucha gente a la vez la que os presentan podéis preguntar más tarde cuando tratéis individualmente con ellos. Esta vez, memorizad conscientemente.

2. Relacionadlo con el de otra persona que también se llame del mismo modo. Haced una especie de conexión mental entre estas dos personas que nos ayude.

3. Imaginad durante un momento su nombre tatuado en su frente. La memoria visual puede funcionar muy bien.

4. Interesaos por su nombre. Si es un nombre poco común podríais preguntarle acerca de su procedencia, por qué le llamaron así, de dónde viene su apodo. Esto también, además de haceros memorizarlo, os abrirá la conversación.

5. Si es complicado de pronunciar podéis preguntar cómo se escribe.

6. Tal vez cuando os presenten a alguien en un local nocturno con ruidos no lo escuchéis. Preguntad de nuevo. “Lo siento, no oí bien”.

7. Informaos previamente si tenéis la posibilidad. Tal vez por facebook o preguntándoselo a alguien. Frente a una reunión o entrevista ganaréis muchos puntos. Si es una chica o chico no tanto, ya que os presentará como demasiado interesados.

8. Repítelo durante la conversación o al despedirte. Además de las ventajas que antes planteaba hay que sumarle que nos ayudará a fijar el nombre en nuestra memoria. Por supuesto el uso debe ser discreto en el número de frases que acompaña para dar relevancia. No abusar para no eliminar el efecto que produce. Ya sabéis, no querréis gastarle el nombre. Como todo: lo bueno, si breve, dos veces bueno.

 

Y a vosotros, ¿qué opináis del tema? ¿Os cuesta aprenderos el nombre de la gente o soléis recordarlo? ¿Habéis apreciado en vuestro día a día la importancia de esto? Os espero en la sección de comentarios o en facebook.

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